jueves, 5 de junio de 2008

En la infancia del tiempo,
antes del diluvio y sus estrategias,
cuando la alegría se unía a la navidad como una piel inseparable y eterna,
vino a visitarnos mi abuela.

Nos traía siempre, a mi hermano y a mí, dos bambas de nata.
¡Qué ricas estaban!
Seguramente, mi afición por encontrar nuevos dulces y pastelerías me viene del imposible deseo por recuperar aquellas tardes de azúcar y besos.

Esa vez, además de las bambas de nata y algún aguinaldo,
me regaló (por ser el mayor, supongo) una pequeña cajita de madera.

La abrí.
Estaba vacía.
Antes de que dijera nada, me miró y me dijo:

“guarda aquí todo aquello que quieras recordar,
siempre encontrarás un hueco,
nunca se llenará”

Aún la conservo,
y aunque en apariencia no tiene nada dentro,
un ligero aroma a lavanda y café sigue hablándome de mi abuela (sentada en una banqueta de la cocina, desayunando)


Al final, o más bien,
en el mientras tanto,
la vida es un recuento de las pérdidas.

1 comentario:

Unknown dijo...

muy bueno,me emocionas